
Si hay un barrio de Madrid que se pueda
tachar de imprevisible ese es el aventurero Lavapiés, un lugar donde tras cada
nuevo amanecer uno nunca sabe lo que le deparará la jornada. Después de años y
años enarbolando la bandera de la convivencia y la multiculturalidad ahora se
ve envuelto en un nuevo lavado de cara, su enésimo resurgir.
Sus calles empinadas y estrechas ya
llevan un tiempo acostumbrándose a un tipo de peatón que hasta hace poco sólo
se dejaba ver por motivos puntuales. Un público que se asomaba para bañarse en
sus contrastes para luego regresar a sus hogares. Ahora no, ahora viven en él, atraídos
por sus precios de alquiler mucho más asequibles, su enorme oferta de ocio y
cultural y huyendo, de paso, de la masificación y de las etiquetas.
Por un lado está la comunidad de gais y
lesbianas que hasta ahora parecían condenados a vivir en Madrid en la zona de
Chueca. No obstante, cada vez son más las personas de este colectivo que
precisamente escapan de este entorno cansados de ver en lo que se ha convertido
el barrio, una intensa zona de ocio, cada vez más demandada y por lo tanto más
cara. Tres cuartas partes de lo mismo ocurre con los antiguos pobladores del
mal llamado Malasaña. Vecinos en su mayoría jóvenes que han sufrido con el boom
que ha experimentado el Barrio de Maravillas, con la llegada masiva de
‘hispters’ que, a pesar de dar colorido al barrio le están restando esencia y
naturalidad.

Tanto unos como otros han fijado por lo
tanto su mira en Lavapiés, un curioso proceso migratorio que se está
produciendo de forma discreta dentro de la propia ciudad. ¿Los motivos? Como
indicaba anteriormente, el mayor argumento es tener unos alquileres
considerablemente más bajos sin renunciar, claro está, a una magnífica
ubicación. Además, la propuesta cultural la abanderan el Museo Reina Sofía, la
infatigable Casa Encendida o la antigua Tabacalera, un lugar por el que siempre
es un acierto dejarse caer.
Hasta hace más bien poco inmigrantes de
más de veinte nacionalidades diferentes compartían aceras y rellanos con
vecinos mayores que se han criado en Lavapiés, cuna de ‘manolos’ y ‘manolas’.
Ahora, a este peculiar y variopinto cóctel toca añadirle un último ingrediente,
el de esos jóvenes que han hecho las maletas dejando atrás las orillas de la
Gran Vía, queriendo prescindir de estereotipos ya demasiado trillados, sin
banderas ni etiquetas.
Mientras tanto, corralas y comercios
tradicionales observan con pausa y detenimiento la última aventura del barrio.
Un lugar acostumbrado a rehacerse a sí mismo sin ayuda del exterior y que con
paciencia y esfuerzo va dando lustro a sus días. La Calle de Santa Isabel, el
Jardín del Casino de la Reina o el Mercado de San Fernando ahora sonríen como
antaño. Lavapiés disfruta de su nueva vida, y se nota.