
Constantemente me pregunto a qué periodo ya
pasado de Madrid me gustaría regresar si tuviese la posibilidad de viajar en el
tiempo. La respuesta no es sencilla ya que hay varias épocas en las que me
fascinaría sumergirme de puntillas. Aún así, tengo claro que una de ellas sería
sin pensarlo el Madrid de las tertulias y los cafés, un momento muy concreto en
la historia de la ciudad, en el que hubo una potentísima actividad intelectual
y que se fue desvaneciendo sin que nadie se diese cuenta.
Aquellos epicentros culturales se fueron
extinguiendo en silencio, de la misma forma que sus salones se vaciaban al
amenazar el alba. Hablamos de un periodo muy localizado en la biografía de la
urbe más gata de todas. Los cafés literarios una costumbre que vino de Viena, sufrieron
un boom a finales del Siglo XIX y comienzos del XX. De hecho, por aquel momento
Madrid llegó a contar con más de un centenar de estos locales, principalmente
en los alrededores de la Puerta del Sol y de la Plaza de Santa Ana.
Resulta curioso como en ocasiones se
puede añorar algo que nunca has conocido pero es una sensación que me invade
cuando contemplo fotos, cargadas de nostalgia, de estos lugares. Aquellos
cafés, unos más sombríos y otros más elegantes, daban cobijo a lo más reputado
del mundo de la cultura e intelectuales. Principalmente escritores y artistas
que transformaban estos espacios en centros de debate, en torno a una mesa, y
allí se discutía, teorizaba y charlaba sobre las principales preocupaciones de
una sociedad que vivía una época alborozada de cambios.
Pío Baroja, Valle Inclán o Antonio
Machado eran asiduos a estas reuniones. Unas tertulias que se alargaban durante
horas y que en ocasiones, por los efectos de lo bebido, terminaban subiendo de
tono e incluso acabando en trifulca, como la que le costó el brazo al propio
autor de Luces de Bohemia tras un encontronazo con el periodista Manuel Bueno
Bengoechea.
Aquellos cafés en Madrid arrastraban una enorme
personalidad, decorados con maderas oscuras y mesas de mármol, su ambiente
cargado por el humo y sus luces tenues hacían que sus atmósferas no fuesen fáciles
de respirar y asimilar. Aún así, imagino que nadie, yo el primero, hubiese
desaprovechado la ocasión de escuchar las teorías que allí se lanzaban al
vuelo, entre copas, tazas y tumultos.
Tal y como comentaba anteriormente fueron
cerca de la centena los cafés de este tipo que abrieron sus puertas, algunos de
los más recordados fueron el Nuevo Café del Levante, el Café de la Montaña (que
se localizaba en los bajos del Hotel París, en la manzana que ahora ocupará en
la Puerta del Sol la tienda de Apple), el Café de Fornos (donde se congregaban
los miembros de la Generación del 98), el Antiguo Café y Botillería de Pombo
(en el que se daban cita los seguidores de Ortega y Gasset), el Café Lyon (en
el que eran asiduos los afines a la Generación del 27), el Café Suizo, El
Hungaria (muy visitado por Jacinto Benavente) o el León de Oro.
La gente acudía a ellos consciente de a
qué personas iban a encontrar, y por lo tanto que ideologías iban a escuchar.
De la misma forma que ahora se utilizan las redes sociales e internet para
estar al tanto de lo que sucede, hace un siglo la vida y avatares de Madrid se
ponían en común y discutían en estos espacios. Resulta una verdadera pena que
la mayoría no pudiesen resistir a los nuevos tiempos. En la actualidad sólo
varios ejemplos de estos tipos de cafés clásicos perviven en Madrid.
El primero de ellos, el Café Comercial,
junto a la Glorieta de Bilbao, cuyas puertas abrieron en 1887, otro es el Café
Gijón en el Nº21 del Paseo de Recoletos. Disfrutar de un café tranquilo
mientras se lee un libro en una de sus vetustas mesas o se mantiene una
conversación pausada es una actividad reconfortante. En estos sitios uno se
contagia de la historia que encierran sus paredes y tiene la sensación de estar
en un escenario irrepetible. Estos cafés hicieron mucho más por la sociedad y
por Madrid de lo que podría parecer en un principio, ya lo dijo bien Valle
Inclán: “El Café de Levante ha ejercido
más influencia en la literatura y en el arte contemporáneo que dos o tres
universidades y academias”. Sólo espero, que de algún modo u otro, vuelvan
a brillar como antaño.
Imagen por Manuel Martin Vicente
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